No quiero ser fuerte todo el tiempo

Reflexiones sobre el desgaste emocional y la necesidad de pedir ayuda

En la consulta psicológica, es común escuchar a mujeres jóvenes decir: “No sé si lo mío es tan importante”, “No estoy mal, pero me siento muy cansada”, o “No puedo bajar la guardia, porque si lo hago todo se cae”. Estas frases, aunque diferentes, tienen un punto en común: hablan del agotamiento de sostenerse emocionalmente sin apoyo.

En muchas ocasiones, la idea de ser fuerte no surge como una elección consciente, sino como una respuesta adaptativa frente a experiencias en las que mostrar vulnerabilidad no era seguro ni permitido. Aprendemos a contener, a minimizar lo que sentimos y a priorizar las necesidades de otros, muchas veces sin darnos cuenta. Esta forma de funcionamiento puede volverse estable, incluso funcional. Pero en algún momento, deja de ser sostenible.

El mandato de ser fuerte: un modelo exigente y silencioso

El concepto de “ser fuerte” suele estar idealizado, especialmente en mujeres. Socialmente, se valora la resiliencia, la capacidad de resolver y la disponibilidad emocional constante. Sin embargo, cuando este modelo se vuelve rígido, el costo emocional comienza a ser invisible pero profundo: aparece el cansancio crónico, la desconexión con el propio cuerpo, la dificultad para pedir ayuda y una sensación difusa de vacío o fatiga vital.

Desde el enfoque humanista, comprendemos estas conductas no como debilidades ni fallas, sino como formas legítimas de adaptación emocional. Tal como plantea Alice Miller (1997), muchas personas aprenden desde pequeñas a ser autosuficientes emocionalmente, anulando sus propias necesidades para sostener lo que el entorno necesita. En mujeres jóvenes, esta tendencia suele verse reforzada por expectativas culturales asociadas al rol de cuidadora, disponible y emocionalmente estable.

Carol Gilligan (1993) ha señalado que muchas mujeres han aprendido a definirse a través del cuidado de los demás, lo que muchas veces dificulta el desarrollo de una ética del cuidado hacia sí mismas. Cuando el cuidado siempre va hacia fuera, el desgaste se acumula hacia dentro.

El cuerpo y la mente también comunican lo que no se dice

Muchas veces, el malestar no aparece en forma de crisis evidente, sino como síntomas difusos: dificultad para concentrarse, falta de motivación, irritabilidad, insomnio o desconexión emocional. Estos indicadores suelen ser minimizados, en parte porque la persona continúa “funcionando” en su vida diaria. Pero funcionar no es lo mismo que estar bien.

Como explica Bessel van der Kolk (2015), el cuerpo lleva registros que a veces la mente aún no puede procesar. El cansancio emocional puede manifestarse incluso cuando no hay un motivo concreto, porque no siempre se trata de eventos traumáticos. A veces, el desgaste viene de años de sostener sin pausa, de no poder descansar internamente aunque haya tiempo libre.

La importancia de pedir ayuda antes de llegar al límite

Un obstáculo frecuente para acceder a la terapia es la creencia de que “hay que estar realmente mal” para buscar ayuda. Esta idea es una trampa silenciosa: invisibiliza los malestares cotidianos, los procesos internos que aún no tienen nombre y la necesidad legítima de tener un espacio propio.

Desde Amülen, sostenemos que no es necesario esperar a tocar fondo para comenzar un proceso terapéutico. La psicoterapia también es un lugar para personas que están cansadas, que se sienten desconectadas de sí mismas o que simplemente quieren revisar su manera de estar en el mundo.

Una invitación a detenerse sin culpa

Reconocer que se está cansada no es un signo de debilidad, sino un acto de honestidad. Permitirse no ser fuerte todo el tiempo implica cuestionar mandatos culturales, biográficos y afectivos que muchas veces operan de forma automática.

En terapia, se abre la posibilidad de detenerse sin rendir cuentas, de explorar qué está detrás de esa exigencia interna y de construir una forma más amable y genuina de habitar la propia vida emocional. En ese sentido, pedir ayuda no es fallar: es cuidarse.

Referencias

  • Gilligan, C. (1993). La moral y la teoría: Psicología del desarrollo femenino. Fondo de Cultura Económica.

  • Miller, A. (1997). El drama del niño dotado. Tusquets Editores.

  • Van der Kolk, B. A. (2015). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Eleftheria.



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